Corrección fraterna
La corrección fraterna en la Sagrada Escritura y en la Tradición En el Antiguo Testamento se inculca el deber de corregir al prójimo de sus errores: «Habla a tu prójimo, no sea que no lo haya hecho, y si lo hizo, que no lo repita. Habla a tu amigo, no sea que no lo haya dicho, y si lo dijo, que no vuelva a decirlo. Amonesta al prójimo antes de reñirle» (Eclesiastés [Eccli] 19,13.14.17). Y se indica también la conveniencia de aceptar bien, con agradecimiento, la corrección: «No reprendas al petulante, que te aborrecerá; reprende al sabio y te lo agradecerá. Da consejos al sabio y se hará más sabio todavía; enseña al justo y acrecerá su saber» (Libro de los Proverbios [Prv] 9,89). De manera más precisa, Jesucristo establece el precepto de la práctica de la corrección fraterna: «Si pecare contra ti tu hermano; ve y corrígele entre ti y él solo. Si te escuchare, ganaste a tu hermano, mas si no te escuchare, toma todavía contigo a uno o a dos, para que sobre el dicho de dos o tres testigos se falle todo pleito, y si no les diere oídos, dilo a la Iglesia; y si tampoco a la Iglesia diere oídos, míralo como a gentil y a publicano» (Evangelio de Mateo [Mt] 18,15 ss.). San Pablo insiste a Timoteo: «A los que pecaren, repréndelos en presencia de todos, para que también los demás cobren temor» (1 Tim 5,21).
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