XXIX. El último estreno
CEGADO por el sol romano y herido aún por los últimos reflejos dorados del inolvidable otoño, don Ramón aparece en Madrid para disfrutar de unas cortas vacaciones. Valle-lnclán con sus hijos. De nuevo sus amigos, sus cafés y sus paseos por aquel Madrid tan suyo que se le vuelve a quedar mirando embobado. —¡Anda! ¡Pero si es Valle-Inclán! Su capa marrón vuelve a desafiar al invierno que se inicia y, una vez más, su voz detonante, ceceante y altiva se vuelve a escuchar en su tertulia de La Granja del Henar y en todos los cafés que se colocan a la mano del infatigable don Ramón. Habla de Roma, de sus proyectos para la Academia, de Italia, viejo país en donde hay tantos barbados como yo, nietos, sin duda, de Leonardo da Vinci. Le preparan en el Español el que había de ser su último estreno, el de Divinas palabras. Y entretanto asiste a homenajes, acude a estrenos, hace vida literaria hasta la saciedad y no menor vida social. En aquellos confianzudos momentos de 1933,...
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