VII. Labor creadora
La lucha por la vida La trilogía ya tenía título, La lucha por la vida, y cada uno de sus tres eslabones serían La busca, Mala hierba y Aurora roja. El editor madrileño Fernando Fe se había comprometido a publicar aquella nueva obra barojiana, de la que ya se hablaba antes de salir y que los lectores aguardaban con impaciencia. En 1904 aparecieron los tres títulos de la trilogía y el éxito de venta, y sobre todo de crítica, fue rotundo. En más de mil páginas, sumadas las de las tres novelas, Baroja ofrecía un carrusel novelesco de ilimitados alcances, presentándonos un mundo sobrecogedor, arracimado y lleno de escoria, con tintes literarios que emparejaban con aquellos otros, pictóricos, de Gutiérrez Solana. Su conocimiento del Madrid andrajoso, golfo y suburbial se desparrama aquí como una descomunal lengua de fuego que quisiera reducirlo todo a cenizas. El elemento poético surge de vez en vez para entrelazarse en seguida con vientos arrasadores de podredumbre y de detritus. Amor y desamor se intercambian. Hay ternura y acritud. Pero sobre todo, y antes de nada, el lector se nota sobrecogido ante este retablo de podredumbre, donde la hez sustituye al pan nuestro de cada día. En La busca Baroja nos presenta tres partes perfectamente diferenciadas. La primera nos muestra el submundo desplazado de la pensión de doña Casiana. Ahí ya empezamos a asistir al espectáculo macilento de la gallofa. En la segunda parte se nos pasea, en definitiva recreación, por ese suburbio tétrico del Madrid de la época. La pintura se hace espectral y macabra mientras el escritor goza en la demora con la que nos presenta toda una suerte de espantosos sucedidos, desde el pequeño hurto al más espectacular de los crímenes pasionales. En la parte final Baroja nos lleva a una panadería, y desde allí asistimos al verdadero despliegue del mundo del hampa, con sus trucos del peor estilo y su lucha por sobrevivir. Manuel, el pobre personaje de La busca, tiene acentos de modelo literario. Es hijo de doña Casiana y el fluir de su mezquina existencia le llevó a una vida de delincuencia habitual. El lector siente por él todo un conjunto de sensaciones, desde la repugnancia y el horror hasta la compasión y el remoto afecto. La técnica usada en esta novela es la de una recreación morosa que nunca cansa, sin embargo, al lector. Baroja pinta más que escribe. Desmenuza detalles y usa de tres elementos esenciales que son los que reportan al libro su clima y su lectura apasionantes: la verdad, la sinceridad y la sencillez. Con ellos, y con su pasmoso talento novelístico, se produce el acierto rotundo de fabulación. Mala hierba es la novela que recoge la agobiante soledad de Manuel, el hijo de doña Casiana, siempre desasistido de afecto y casi de ayuda, que parece que quiere redimirse y trabajar. Como una peonza de incierto giro, cruza Manuel de un lado a otro, y así le vemos danzar al son del pandero que le tocan entre el escultor Alejo Monzón y el periodista Roberto Hastings, o entre cierto fotógrafo y un tal Bonifacio Mingote, raro tipo de quiméricos negocios que le nombra su ayudante. La novela, perfectamente trazada, nos narra las nuevas penalidades de Manuel, que es utilizado por el desaprensivo negociante hasta hacerlo pasar por hijo de una baronesa cubana que vive con una criada mulata. La peripecia está maravillosamente llevada, con un fondo ambiental de clandestina casa de juego. Como las peripecias se suceden, con huidas insospechadas y nuevos lances imprevistos, el interés no decae ni un instante, sino más bien todo lo contrario, hasta que la historia llega a su punto culminante con el asesinato de Vidal, primo de Daniel. Aurora roja, último mojón de la trilogía madrileña, nos muestra a Manuel superándose a sí mismo y superando su circunstancia adversa. Convertido en impresor, Manuel sobrepasa la pirueta novelesca en la que naufragan otros personajes, pero el fondo de pequeña tragedia y de inmensa melancolía que impregnan el fondo de la trilogía narrativa persiste y aun se agiganta en muchos pasajes. Aparece aquí, en el pensamiento de Manuel, ese fondo anarquista que caracterizó un momento de la obra barojiana, y del que nos ocuparemos en su lugar. La violencia y el mal disimulado rencor perfilan el sentir de Manuel, a quien, sin embargo, le queda un poso legítimo de bondad y buena intención. En este libro asistimos al punto final del personaje barojiano, curtido en sueños irrealizables, en abnegaciones increíbles, en ensueños asombrosos. Manuel termina sus días lastrado por la tuberculosis, en plena primavera. La figura de Manuel, apasionante y apasionada, da motivo al autor para presentarnos toda una fauna novelesca que en las páginas de Aurora roja se mueve como pez en el agua. Vagabundos, mendigos, pillos, desocupados, vagos de oficio y truhanes del más variado signo aparecen delineados de forma magistral. Por momentos Baroja se supera a sí mismo, creando y recreando personajes de carne y hueso que responden a un momento del país, de un país lastrado por los avatares políticos y por la actuación de una nueva corriente que nos pone en situación de conocer los momentos más curiosos del anarquismo celtibérico. La publicación de las tres novelas que componen el ciclo novelesco de La lucha por la vida produjo, rápidamente, un movimiento de admiración en torno a la figura de Baroja. Y también una reacción de encono en ciertos sectores. Es lo que siempre sucede, aunque a fin de cuentas el nombre del novelista ganó muchos enteros en la consideración general, siendo tomado a partir de entonces como el renovador de la novela española, inmersa hasta el momento en los moldes marcados por don Benito Pérez Galdós. En aquel mismo año de 1904 iba el novelista a publicar otro libro, una colección de artículos aparecidos en diferentes periódicos y revistas que se acogerían al título general de El tablado de Arlequín. El libro se vendería bien, amparado, sobre todo, por la vitola de gran novelista que ya había adquirido Baroja, pero su interés iba a quedar subordinado, y aun palidecido, por el éxito definitivo de su trilogía de La lucha por la vida.
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