Sancho Saldaña: 27
Capítulo XXVII 27 Pág. 27 de 49 Sancho Saldaña José de Espronceda Deslumbrantes armas, petos argentinos, caballos, pendones moviendo contino destellaban juntos entre el polverío tornasoles tales que el verlo era hechizo. ¿Y a dó tan bizarros irán los caudillos, y para el combate tan apercibidos? JOSÉ GARCÍA DE VILLALTA Rayaba apenas el sol en el oriente, dos días después de la muerte del señor de Haro, cuando por las extensas llanuras que desde el castillo de Cuéllar se descubren camino de Valladolid, divisaron los vigías de la fortaleza a lo lejos una inmensa polvareda, como podría levantar la marcha de algún numeroso ejército. Veíanse, además, de cuando en cuando, arrojando un mar de luz en los aires, resplandecer acaso confusamente las armaduras, y los erguidos y blancos penachos de los caballeros ondear graciosamente a merced del viento como un bosque de palmas. Oíanse ya más cerca con belicoso y alborotado estrépito el relincho...
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