La madre Naturaleza: 22
none 22 Pág. 22 de 36 La madre Naturaleza Emilia Pardo Bazán Capítulo XXII Según suele suceder cuando el calor desazona el cuerpo y acontecimientos importantes ocurridos durante el día perturban el espíritu, Gabriel Pardo había pasado la noche en vigilia casi completa. Lo bueno fue que se acostara creyendo tener mucho sueño; pesábanle la cabeza y los párpados, y experimentó gran alivio al desnudarse, estirarse en las frescas sábanas de lino y sentir en las mejillas el contacto de la tersa almohada. Resuelto a consagrar diez minutos a pensamientos agradables antes de rendirse a la soñolencia que notaba, se colocó bien del lado derecho, no sin apagar la luz y dejar sobre una silla, al alcance de la mano (pues en los Pazos sólo conocía el lujo de las mesas de noche el Gallo, que se había traído de Orense uno de los más feos ejemplares de la especie, con su tableta de mármol y demás requilorios) la fosforera, la petaca y el pañuelo. Gozó de...
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