La corona de fuego: 24
La corona de fuego o los subterráneos de las torres de Altamira de José Pastor de la Roca Capítulo VII - La gruta encantada Entrad, entrad conmigo A ese oriental portento, Donde el hado enemigo, Bajo nubes de horror y fingimiento, Hacerme quiere de su ardid testigo. Aquella puerta abrióse como a impulso de un golpe mágico, y giró sobre sus goznes con un crujido armonioso y tenue. Los exploradores, si así los llamamos, entraron a un vestíbulo espléndidamente tapizado, y cuyas paredes pulimentadas reflejaban la luz opaca a veces, otras vívida y radiante, y cuyos rayos, procedentes de un punto desconocido, resbalaban en la bóveda, vacilando informes y fugitivos. De allí pasaron a un retrete ricamente alfombrado, colgadas las paredes de tapices pérsicos, y de cuya techumbre, de cedro ensamblado, pendían, en cadenas de cristal tallado, enormes lámparas de amatista y pórfido. Muelles, cojines de, terciopelo, divanes de seda, y brocado, bajo profusas cortinas amarillas...
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