La corona de fuego: 21
La corona de fuego o los subterráneos de las torres de Altamira de José Pastor de la Roca Capítulo IV - Confidencias Apenado sus cuitas confiara A su propio enemigo, Del cual no recelara, Teniéndole ¡infeliz! por un amigo Que el cielo le depara. El sol, próximo al ocaso, exprimía sus ardientes rayos, que reverberaban en los montes como una inflamable lluvia de oro en fusión. Ni un soplo de aire, ni un ruido turbaran la calma solemne de la naturaleza: las frondas, los arbustos, los cañaverales silvestres, todo parecía dormir ese caliginoso letargo que imprime el estío en la naturaleza, narcotizada por la influencia de los rayos de un sol ardiente en los climas cálidos y meridionales. El canto de la cigarra, monótono, soñoliento y triste, parecía arrullar con sus lentos acordes aquella postración profunda y melancólica como el silencio. y sus últimas notas, perezosas, lánguidas y cansadas, perdíanse en el vacío como un eco moribundo y lúgubre, que se...
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