La altísima: 03

Capítulo III 03 Pág. 03 de 21 La altísima- Primera parte Felipe Trigo ¿Cómo sería su hablar? ¿Por qué sentía él la angustia de las esperas solemnes? Víctor sabía rendirle... No: tenía «la fatalidad de rendirle» la intensidad de su vida á cualquier azar insignificante. ¡Sentía la angustia concentrada y prendida á la aguda precisión de estos últimos minutos en que pocos más podían decidir el desengaño! El reloj había acabado de mostrarle el límite del plazo exacto: las nueve. «De ocho y media á nueves», decía la cita. Las nueve repetían con campanear pausado y sonoroso una torre del puerto y la torre de San Blas. Y el sol y la brisa matinales formábanle en la espaciosidad desierta de la Ronda un preludio de frescor y luz á la esperanza. Desde el balcón, tras la persiana verde y las macetas de geranios, veía enfrente las fábricas con su silencio de domingo, y la larga acera, sin nadie á ratos, después de haber pasado la gente á...

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