Judíos
Historia Hacia el año 2000 a. de C., los judíos, guiados por Abraham, emigraron desde Mesopotamia a Palestina; eran un pueblo nómada que se dedicaba al pastoreo y estaba dividido en tribus. En tiempos de Jacob se establecieron en Egipto, y su hijo José llegó a ser ministro del faraón. Durante el s. XIII a. de C., un monarca egipcio, probablemente Ramsés II, los expulsó al desierto del Sinaí. Moisés los guió durante su largo éxodo, y Josué, su sucesor, consiguió conquistar algunas ciudades cananeas. Después de la batalla de Taanac, los judíos se apoderaron de Canaán (1200 a. de C.), pero continuaron luchando contra otros pueblos vecinos. Hacia el año 1050 a. de C., los filisteos consiguieron vencer a las tribus judías y apoderarse de la mayor parte de Palestina. Poco después, Saúl fue proclamado rey e intentó liberar a su pueblo del dominio filisteo sin conseguirlo. Muerto Saúl, David pudo vencer a sus enemigos y, tras una serie de campañas afortunadas, extender sus dominios desde el mar Rojo hasta el Éufrates. El reinado de Salomón, hijo y sucesor de David, coincidió con una época de gran esplendor. A la muerte del monarca, se rompió la unidad entre las diversas tribus, formándose entonces los reinos de Israel y Judá. Durante la época que siguió a la ruptura, los profetas se mostraron con frecuencia contrarios a los excesos de los monarcas, y defendieron la pureza de la religión judaica, que tanta influencia había tenido en la formación de la personalidad del pueblo hebreo. El año 732 a. de C., el rey asirio Sargón II conquistó Samaria, capital de Israel, y deportó a los habitantes de esta nación a Media y Asiria. Judá pudo conservar su independencia hasta que, en 586 a. de C., Nabucodonosor sitió la capital. Jerusalén fue tomada al año siguiente, su templo destruido y los judíos deportados en masa. Cuando Ciro conquistó Babilonia (539 a. de C.), los desterrados pudieron regresar a Palestina. Se les permitió organizarse como una comunidad religiosa, pero políticamente estaban sometidos a los gobernadores persas de Samaria. A esta dominación siguió la de Alejandro Magno y, muerto éste, la de los seléucidas. Dirigidos por los Macabeos, los judíos consiguieron independizarse durante un corto período (143-134 a. de C.). Tras una nueva etapa de libertad política, Pompeyo se apoderó de Jerusalén en 63 a. de C. Los judíos intentaron por dos veces liberarse del yugo de Roma. Tito sofocó la primera revuelta el año 70, y Adriano los expulsó, después de someterlos de nuevo, el año 135. Tras el reconocimiento del cristianismo como religión del Estado, la situación de los judíos en el imperio romano empeoró en ciertos aspectos, aunque no fueron perseguidos. Con el hundimiento del Estado judío comenzó la dispersión en masa de su pueblo por Asia Menor, N. de África y el área del Mediterráneo, y, con ella, a pesar de la conservación de la unidad del elemento racial y religioso, el desarrollo diferenciado y multiforme de los judíos en los países que les dieron acogida. Lentamente fueron conformándose las diferencias entre sefardíes y askenazíes. Llegaron a la Galia, Britania y Germania con las legiones romanas, donde parte de ellos permanecieron tras la retirada de las tropas romanas. Tampoco fueron perseguidos durante el inicio de los reinos germánicos, época en que ocupaban todo el territorio del imperio romano, especialmente la Galia y las orillas del Rhin, dedicados al comercio. Incluso hubo momentos en que los judíos disfrutaron de la protección de sus leyes y costumbres de carácter religioso, comercial y familiar. Hasta el inicio de las cruzadas no comenzó la gran oleada de persecuciones de judíos en Occidente, con la justificación, en un principio, de su culpabilidad en la crucifixión de Cristo y, más tarde, acusados de usura, supuestos envenenamientos de pozos, muertes rituales o profanación de hostias. Tales persecuciones ya no cesaron en toda la Edad Media. Puesto que no tenían acceso a los estamentos profesionales burgueses, su actividad quedó reducida al comercio y a las finanzas, que ya se había convertido en su principal ocupación en los territorios de Europa occidental. La libertad de movimiento estuvo muy restringida, sin que gozaran de ningún tipo de privilegio; quedaron confinados en determinadas zonas de la ciudad (judería) y fueron obligados a llevar una vestimenta diferente a la del resto de los habitantes (gorro judío, distintivo amarillo). Sin embargo controlaban el mundo comercial y financiero. Precisamente en eso estribaba su posición en el estado absolutista de la Edad Moderna, el cual, aunque mantenía los viejos principios sociales, hacía importantes excepciones con algunos de ellos que, como judíos de corte, alcanzaron gran riqueza e influencia. En España, el judaísmo siguió una trayectoria muy particular, alcanzando una época de florecimiento espiritual y económico en la Edad Media, durante un islamismo tolerante en lo religioso (Maimónides). La persecución de judíos emprendida por motivos políticos y religiosos, tras el hundimiento de los estados árabes, originó, en la España cristiana, su definitiva expulsión (1492). De ahí partieron a los centros del comercio europeo (Amsterdam, Londres, Hamburgo), donde se establecieron para, desde aquí y desde otros lugares, participar decisivamente en la construcción del sistema precapitalista europeo. A diferencia de éstos, los judíos de la Europa oriental, establecidos principalmente en Polonia y Galitzia, vivían en una comunidad mucho más densa y estable, en su mayoría como artesanos, pero en condiciones de enorme presión, y víctimas con frecuencia de los pogroms. Ello motivó que comenzara una constante emigración, incrementada sobre todo a partir de los ss. XIX y XX, que se dirigía hacia Europa central, y continuaba a menudo hacia EE UU, y posteriormente a Palestina. El movimiento de emancipación surgido en la Ilustración significó un punto crucial, que despertó en los judíos el deseo de igualdad de derechos (M. Mendelssohn y otros). Así, durante el reinado del emperador José II, surgió la primera gran emancipación de los judíos, incluso antes de que las ideas igualitarias de las revoluciones francesa y americana les brindaran la igualdad total de derechos. A comienzos del s. XIX siguieron el ejemplo la mayoría de los estados europeos; a partir de entonces, la emancipación, aunque con retrocesos aislados, se hizo imparable, y a final del s. XIX ya se había conseguido en toda Europa, excepto en Rusia. En contraposición con el movimiento emancipador, surgió entre los judíos una corriente ortodoxa, que tenía como objetivo bien una asimilación, conservando las creencias de los antepasados, o bien su rechazo (sionismo), para conservar la esencia mediante la reconstrucción de una patria judía en Palestina. Paralelamente, durante los ss. XIX y XX, siguiendo viejas formas de antijudaísmo, surgió en muchos países un antisemitismo de motivaciones religiosas, políticas y raciales, que alcanzó su punto máximo en Alemania con el nacionalsocialismo. Al llegar éste al poder comenzó la sistemática eliminación de los judíos de la vida política y pública, así como una persecución que aumentó cada año. Se legisló abiertamente contra ellos (leyes de Nuremberg, 15-IX-1935), lo que llevó al primer pogrom (noche de cristal o de los cristales rotos) el 9-10-XI-1938 y, durante la guerra, al exterminio de los que vivían en Alemania y en todos los territorios ocupados por ella. El número de judíos en el mundo ascendía a unos 16 millones en 1933; las persecuciones nacionalsocialistas los redujeron a 11,3 millones (en 1996 su número había aumentado a unos 25-30 millones). El movimiento antisemita contribuyó, sin proponérselo, a la realización de los objetivos sionistas: la declaración Balfour ya les había otorgado en 1917 el derecho a una patria judía en Palestina, y en 1948 surgió el nuevo Estado de Israel.
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