Grito de gloria : 10
Grito de gloria : 10 de Eduardo Acevedo Díaz Muy temprano, Luis María estiró sus miembros, arreglose las ropas y fuese a la orilla del río. Había entrado por un sendero estrecho, que al formar con otro, parecido las pinzas de un cangrejo, monte por medio, unía al de éste su extremo junto al borde del río. El sitio era oscuro y ramoso cubierto de breñas y enredaderas silvestres al punto de colgar sobre las aguas todo un cortinado espeso de hojas y de lianas de un verde deslucido y ajado por los primeros hielos. Los pálidos rayos del sol naciente abriéndose paso con dificultad a través de aquel tejido enmarañado sembraban la línea opuesta del cauce de pequeñas placas de oro como si cruzasen por una inmensa sombrilla de filigrana. Las plantas acuáticas unidas en gruesa trenza de una a otra ribera, descendían por grados -como un pie cauteloso- el reducido pero escarpado barranco; hundíanse poco...
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