«En materia de rebelión, ninguno de nosotros debe necesitar antepasados.» Estas palabras de André Bretón en el Segundo Manifiesto del surrealismo (1929) expresan una de las paradojas de todo el movimiento surrealista: Bretón siempre quiso presentarlo como un revulsivo que abjuraba del pasado, como ruptura total de las tradiciones artísticas y de pensamiento; sin embargo, la historia y los propios escritos no programáticos de Bretón revelan las numerosas fuentes en las que fue a beber para dar forma al movimiento. El surrealismo se quería actitud vital y no tarea abstracta ni reforma artística; plataforma para expresar una nueva concepción del mundo y buscar la posesión del secreto del universo. Pero Bretón, que fue el papa indiscutible del grupo, el redactor de los dos manifiestos, el condenador y santificador de los afiliados descarriados o pródigos, partía de unos antecedentes y figuras inspiradoras que podemos considerar como los padres putativos del surrealismo.
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