El Grande Oriente : 27
El Grande Oriente : 27 de Benito Pérez Galdós Cuando Gil de la Cuadra y Regato se quedaron solos, siguieron oyendo aquel rumor de voces que resonaba en el patio de la cárcel. Durante más de un cuarto de hora el estrépito fue grande. Gil de la Cuadra, comprendiendo que el populacho había invadido el edificio, se puso de rodillas, y cruzando las manos, rezó en voz alta. El otro desgraciado se hinchaba y gruñía. De su rostro congestionado afluía copioso sudor. Trataba de romper sus ligaduras y de escupir su mordaza; pero unas y otra habían sido puestas por buena mano. Por último, después de repetidos esfuerzos, de su boca pudo salir una voz, más que voz, silbido, que decía: -¡Piedad, piedad! Gil de la Cuadra se acercó a él y limpiole el sudor de la frente. Las miradas de Regato eran tan expresivas pidiendo compasión; las contracciones de su cara tan violentas, que el primer preso no pudo...
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