El clavo :17
- XVII -Último viaje Llegó la mañana de la ejecución sin que Zarco hubiese regresado ni se tuvieran noticias de él. Un inmenso gentío aguardaba a la puerta de la cárcel la salida de la sentenciada. Yo estaba entre la multitud, pues si bien había acatado la voluntad de mi amigo no visitando a Gabriela en su prisión, creía de mi deber representar a Zarco en aquel supremo trance, acompañando a su antigua amada hasta el pie del cadalso. Al verla aparecer, costóme trabajo reconocerla. Había enflaquecido horriblemente, y apenas tenía fuerzas para llevar a sus labios el Crucifijo, que besaba a cada momento. -Aquí estoy, señora... ¿Puedo servir a usted de algo? -le pregunté cuando pasó cerca de mí. Clavó en mi faz sus marchitos ojos, y cuando me hubo reconocido, exclamó: -¡Oh! ¡Gracias! ¡Gracias! ¡Qué consuelo tan grande me proporciona usted en mi última hora! ¡Padre! -añadió, volviéndose a su confesor-: ¿Puedo hablar al paso algunas palabras con este generoso...
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