El amigo fiel
El amigo fiel de Oscar Wilde Una mañana la vieja rata de agua asomó la cabeza por su agujero. Tenía unos ojos redondos muy vivarachos y unos largos bigotes grises. Su cola parecía un elástico negro. Unos patitos nadaban en el estanque, parecidos a una bandada de canarios amarillos, y su madre, toda blanca con patas rojas, se esforzaba en enseñarles a hundir la cabeza en el agua. —Nunca podrán estrenarse en sociedad si no aprenden a sumergir la cabeza —les decía. Y les enseñaba de nuevo cómo tenían que hacerlo. Pero los patitos no prestaban ninguna atención a sus lecciones. Eran tan jóvenes que no sabían las ventajas que reporta la vida de sociedad. —¡Qué criaturas más desobedientes! —exclamó la rata de agua—. ¡Merecerían ahogarse! —¡No lo quiera Dios! —replicó la pata—. Todo tiene sus comienzos y nunca es demasiada la paciencia de los padres. —¡Ah! No tengo la menor idea de los sentimientos paternos —dijo la rata de agua—. No soy padre...
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