Condado y reino de Castilla
Historia El término Castilla comenzó a ser utilizado a finales del s. VIII para designar la región N. de la actual provincia de Burgos (Villarcayo, Frías, Pancorbo, etc.), fortificada por Alfonso I de Asturias (739-757) para defender los distritos orientales de su reino de los ataques de los musulmanes de la cuenca media del Ebro. Su gobierno se hallaba en manos de varios condes o jueces, que, dada la posición fronteriza del territorio, poseían amplísimas atribuciones. La proximidad del islam, la lejanía de la corte ovetense y la pobreza del país contribuyeron a que entre los castellanos las diferencias sociales fuesen poco acusadas y, por otra parte, despertaron en ellos un vivo sentimiento de independencia, que se manifestó desde finales del s. IX y comienzos del s. X. En esa época Castilla conoció una notable expansión territorial: se repoblaron, por aprisio o presura, las tierras del Arlanzón y del Arlanza (Burgos, Lara, etc.) y se ocuparon algunas fortalezas sobre el Duero (Osma, Gormaz, etc.); entre tanto, los monarcas asturleoneses trataban de hacer frente a la rebeldía de los castellanos mediante una política disgregadora. No obstante, hacia 930 el conde Fernán González logró unificar bajo su autoridad los distintos condados en que se dividía el territorio castellano, que amplió notablemente (repoblación de Sepúlveda, 940); luego, al socaire de las guerras civiles que agitaron al reino leonés, se independizó de él. En los últimos años del s. X Castilla, atacada por Almanzor, hubo de replegarse al N. del Duero; más tarde, a la muerte del gran caudillo musulmán, recobró las plazas perdidas, intervino en las luchas que precedieron a la desmembración del califato cordobés y, enfrentada a León por la posesión de las tierras entre el Cea y el Pisuerga, renovó la alianza con los reyes de Pamplona (matrimonio de Mayor, hija del conde Sancho García, con Sancho III de Navarra). Esa alianza condujo a la incorporación del condado castellano al reino navarro, acaecida en 1029. Castilla recuperó su independencia, convertida en reino, en 1035, con Fernando I, quien, dos años después, muerto su cuñado Bermudo IV en la batalla de Tamarón, unió el reino de León a sus dominios. Alfonso VI, hijo de Fernando I, reunificó el reino castellano-leonés, dividido por el testamento paterno, y llevó sus fronteras al Tajo (toma de Toledo, 1085); este hecho y la dureza con que les era exigido el pago de las parias impulsaron a los reyes de taifas a llamar en su auxilio a los almorávides, que derrotaron al monarca cristiano en Sagrajas (1086) y frenaron su expansión. Fernando I y Alfonso VI hicieron de Castilla-León el más poderoso estado de la Península y fomentaron su «europeización» protegiendo a los cluniacenses y a los mercaderes y artesanos ultrapirenaicos. El s. XII, a pesar del título imperial adoptado en ocasiones por sus soberanos, fue un período de crisis interna para el reino castellano: revueltas de los burgueses y campesinos contra la nobleza y el alto clero, durante el reinado de Urraca; independencia de Portugal, en tiempos de Alfonso VII; separación de León, en 1157; luchas entre los Castro y los Lara por la tutoría de Alfonso VIII, etc. Frente al islam, los avances fueron poco espectaculares y se vieron parcialmente contrarrestados por la invasión almohade. Tras la victoria de las Navas de Tolosa (1212) y la definitiva incorporación del reino leonés (1230), Castilla obtuvo el vasallaje del reino de Granada, último estado musulmán de la Península, completó la conquista de Extremadura y ocupó la región murciana y el valle del Guadalquivir, cuya repoblación acrecentó el poder y riqueza de la aristocracia. Carente de una auténtica burguesía que actuase como «contrapeso», como «moderador» entre la nobleza y la monarquía, Castilla se vio desgarrada desde finales del s. XII por pleitos dinásticos y guerras civiles (reivindicaciones de los infantes de la Cerda; contiendas entre Pedro el Cruel y Enrique de Trastámara; revueltas de los nobles contra Juan II y su privado Alvaro de Luna, etc.). Pero, constrastando con la Corona de Aragón, en Castilla la crisis política de los s. XIV-XV no vino acompañada de una recesión demográfica y económica; así pues, cuando en 1479 ambos estados se unieron, Castilla asumió, de modo indiscutible, el papel rector de la ordenación hispánica.
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