Capítulo VII: Una notabilidad
Diez años habían pasado en su nuevo domicilio, en el que, desde que llegaron, habían hallado, tanto el marido como la mujer, la mejor acogida. Su suerte mejoró mucho. D. Andrés heredó a un tío, muerto en América, se retiró del servicio, afincó, y se dedicó con buen éxito a varias empresas, entre ellas a derribar conventos, cuyos materiales, de gran valor, vendía baratos. Había sido alcalde, y era en la actualidad diputado provincial; en una palabra, llegó a ser una notabilidad, y el tipo del ciudadano moderno, esto es, gran expendedor de frases retumbantes salpicadas de términos heterogéneos, celoso apóstol de la moralidad, ferviente pregonador de la filantropía, arrogante antagonista de supersticiones, entre las que contaba la observancia del domingo y días festivos; preste de la diosa Razón, arcipreste de San Positivo, gran maestre de Prosopopeya, profesor en las modernas nobles artes del menosprecio y del desden, hábil arquitecto de su propio pedestal: nada...
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