Capítulo V: El alojado
Como ya hemos hecho observar, en este pueblo español rancio, cristiano viejo, tan alegre y pacíficamente alumbrado por las luces de sus altares y por las del sol, no habían penetrado las del siglo. Donde sonaban las armonías que hemos descrito, no se habían oído ni arengas políticas ni canciones patrióticas; no se tenía idea de un alistamiento voluntario para vestir casaca, ni menos del objeto con que se hacía. ¡Cuál sería, pues, el asombro de los atrasados valdepacíficos, cuando vieron una tarde un tropel semipaisano semimilitar entrar en el pueblo dando desaforados gritos de ¡Viva la libertad! Al ver aquella banda de hombres armados y empolvados, al oír aquel grito extraño para ellos, los habitantes de Valdepaz quedaron consternados. Cundió luego la voz de que eran presos que se habían fugado de la cárcel de la capital, y que huían a la sierra vitoreando su reconquistada libertad. La consternación fue general; pero poco después se serenaron los ánimos, al...
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