Bendición de la tierra - Libro Segundo. Capítulo 5
Otros motivos de sorpresa rodeaban a Isak, pero no era hombre para ocuparse de varias cosas a la vez. «¿Dónde está Inger?», se limitó a preguntar en el umbral de la cocina, pues deseaba que Geissler recibiera todos los honores de un huésped grato. ¿Inger? Había ido por grosellas, poco después de salir Isak. La acompañaba Gustaf, el sueco. Era tal su locura por el muchacho, que, a pesar de la estación, sentía en su interior el sol de verano, y su corazón florecía como en sus mejores tiempos. —Ven, y llévame donde hay grosellas –le había pedido Gustaf. ¿Quién hubiera podido resistir? Corrió a su cuarto, y durante unos minutos refrenó sus pensamientos; pero él estaba abajo esperando; la tentación empezaba a morderle los talones; se compuso el peinado, se miró al espejo de todos lados y volvió a salir. ¿Y qué? ¿Quién habría obrado de otro modo? No siempre las mujeres son capaces de distinguir entre un hombre y otro hombre. Inger y Gustaf cogen grosellas...
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