A fuego lento: 18
A fuego lento de Emilio Bobadilla Capítulo VI La mañana era fría y brumosa. Un atisbo de sol que pugnaba por abrirse paso al través de la neblina, arrojaba sobre el piso húmedo y pegajoso de los bulevares y las masas oscuras de los edificios una claridad incierta de crepúsculo invernal. De los árboles, que aún conservaban sus follajes, caían a manta las hojas secas y amarillas. Eran las once de la mañana y parecían las cinco. Una muchedumbre heterogénea circulaba apresuradamente atravesando las calles atiborradas de coches, bicicletas, automóviles, ómnibus y carros. Se veían hombres de chistera y levita, con sus serviettes bajo el brazo; tipos sepulcrales de alborotadas cabezas; empleados de comercio, garçons livreurs del Louvre y el Bon Marché con sus libreas y sus tricornios de ministros en días de gala; obreros de blusa con herramientas de carpintería y cubos de pintura; obreritas con cajas de sombreros y negros líos de ropa; vendedores ambulantes con sus...
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