A fuego lento: 17
A fuego lento
de Emilio Bobadilla
Capítulo V
A los gritos de Alicia subió la portera consternada, temiendo encontrar algún cadáver en el descanso de la escalera. Baranda salió a abrirla en calzoncillos.
-¿Qué ocurre? -balbuceó la portera-. ¿La señora está enferma?
-¿Qué quiere usted que ocurra? Lo de siempre. Los malditos nervios.
-Era lo único que te faltaba -voceó Alicia saliendo de su cuarto-: chismear con la portera.
Y encarándose con ésta, a medio desnudarse, la dijo:
-No hay tales nervios. Es que me ha pegado.
Después, volviéndose a Baranda, y cerrando bruscamente la puerta, añadió:
-¡Cobarde, cobarde! En la calle te haces el sabio, el analítico y aquí me insultas como el último souteneur.
-Pero ¿no comprendes -respondió el médico- que esta vida es imposible?
-¿Y a ti te parece bien lo que haces conmigo? Yo entré muy tranquila, sin decirte palabra, y de pronto, sin motivo alguno, empezaste a llamarme imbécil.
-Y tú ¿por qué me llamaste...
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