Las aventuras de Tom Sawyer: XXX
Antes del primer barrunto del alba, en la madrugada del domingo, Huck subió a tientas por el monte, y llamó suavemente a la puerta del galés. Todos los de la casa estaban durmiendo, pero era un sueño que pendía de un hilo, a causa de los emocionantes sucesos de aquella noche. Desde una de las ventanas gritó una voz: — ¿Quién es? Huck, con medroso y cohibido tono, respondió: — Hágame el favor de abrir. Soy Huck Finn. — De noche o de día siempre tendrás esta puerta abierta, muchacho. Y bienvenido. Eran estas palabras inusitadas para los oídos del chico vagabundo. No se acordaba de que la frase final hubiera sido pronunciada nunca tratándose de él. La puerta se abrió en seguida. Le ofrecieron asiento y el viejo y sus hijos se vistieron a toda prisa. — Bueno, muchacho; espero que estarás bien y que tendrás buen apetito, porque el desayuno estará a punto tan pronto como asome el sol, y será de lo bueno; tranquilízate en cuanto a eso. Yo y los chicos...
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