La revolución impresionista
Unidad y diversidad de un grupo En derredor de Manet, que proclamaba que «la pintura no es más que la pintura, y no expresa otra cosa que ella misma», se reunieron Monet, Sisley, Bazille, Renoir, Pissarro y Cézan-ne, agrupados por Degas y Berthe Morisot, y tomaron la costumbre de reunirse primero en el café Guerbois y después en la Nouvelle-Athènes. De ahí nació la Sociedad anónima de pintores, escultores y grabadores, que habría de organizar, desde 1874 a 1886, ocho exposiciones que no le valieron más que injurias y sarcasmos. Esta época marca uno de los momentos más agudos del conflicto de finales del s. XIX entre el gusto burgués y la creación artística. Tan sólo el marchante Durand-Ruel, unos cuantos aficionados y algún que otro crítico les ofrecieron su apoyo; muchos de ellos conocieron la miseria. Pero las divergencias surgidas de la diversidad de caracteres y orígenes sociales de los artistas y las variaciones de sus ideas acerca del arte hicieron que algunos de ellos se distanciaran del grupo para proseguir individualmente sus investigaciones, mientras que otros, como Gauguin u Odilon, se unían a él, a pesar de que su obra seguía caminos notablemente distintos. Es, por tanto, muy difícil ver en el impresionismo una auténtica escuela.
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