El Siglo de Oro: hambre y banquetes conviven
Los Austrias: Carlos I y Felipe II El Emperador era insaciable en la comida y la bebida. Considerado como «el más comilón de los emperadores habidos y por haber», tenía un voraz apetito, parecido a un hambre continua. A Yuste, donde se retiró, le llevaban continuamente regalos de comida (ostras, lampreas, etc.) de todos los lugares y de todos los estamentos, y llegaban en buenas condiciones de conservación, a pesar de que las comunicaciones eran muy rudimentarias. De lamprea solía comer tanto que le hacia daño, por lo que él mismo rogaba que no le enviasen. Era, asimismo, un gran bebedor de cerveza. Se cuenta que se le servía en el desayuno un capón con leche y especias. En cambio, a Felipe II le enojaba la larga duracion de los festines: a las dos horas de estar en un convite, se fue de la mesa cuando iba a la mitad el servicio y pensó dar una orden para poner límite a los festines y prohibir que se sirvieran más de 12 platos.
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