La explotación de los huertos Las frutas comestibles se dan, con escasas excepciones (fresas, melones, sandías), en árboles o arbustos. Las frutas más abundantes en la zona templada pertenecen, por lo general, a la familia de las rosáceas. Se pueden distinguir varios tipos: frutas con semilla (pera, manzana, níspero) y con hueso (cereza, melocotón, ciruela, albaricoque, almendra). Los huertos, antiguamente próximos a los lugares de consumo (las grandes ciudades), se han ido extendiendo poco a poco a otros lugares de clima propicio, cuyo suelo ha sido cuidado especialmente. Antes de plantar árboles frutales, es preciso labrar en profundidad (medio metro aproximadamente) y enriquecer el suelo con estiércol, que constituirá la reserva de elementos fertilizantes utilizables durante el período productivo, que puede durar de tres a ocho años. La plantación se hace según trazados que tienen en cuenta el futuro crecimiento de los árboles (de 100 a 5 m2 por cada planta: para el manzano, por ejemplo, unos 25 m2 aproximadamente). Las tareas del hortelano consisten en una serie de operaciones o «podas» de las hojas de los árboles. La poda de formación da al árbol un armazón equilibrado, que se cubrirá después de ramas secundarias, portadoras de nuevos frutos. La poda de las ramas más altas del frutal tiene por objeto evitar que la savia llegue a ellas, con lo que se facilita su concentración. Una vez tallados de esta forma, los árboles frutales pueden producir durante decenas de años, aunque es necesario mantener el suelo fértil y con una cantidad de humus suficiente. La fertilización mineral es indispensable: nitrógeno, ácido fosfórico y potasio son los elementos básicos que se deben aportar al huerto en las cantidades establecidas para cada cosecha.