El ave de Nunca Jamás (J. M. Barrie)
Lo último que oyó Peter antes de quedarse solo fue a las sirenas retirándose una tras otra a sus dormito rios submarinos. Estaba demasiado lejos para oír cómo se cerraban sus puertas, pero cada puerta de las cur vas de coral donde viven hace sonar una campanita cuando se abre o se cierra (como en las casas más elegantes del mundo real) y sí que oyó las campanas. Las aguas fueron subiendo sin parar hasta tocarle los pies y para pasar el rato hasta que dieran el trago fi nal, contempló lo único que se movía en la laguna. Pensó que era un trozo de papel flotante, quizás parte de la cometa y se preguntó distraído cuánto tardaría en llegar a la orilla. Al poco notó con extrañeza que sin duda estaba en la laguna con algún claro propósito, ya que estaba luchando contra la marea y a veces lo lograba y cuando lo lograba, Peter, siempre de parte del bando más dé bil, no podía evitar aplaudir: qué trozo de papel tan valiente. En realidad no era un trozo de papel: era el...
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